Yadira

La historia de Yadira nos inspira y demuestra el optimismo con el que las niñas y jóvenes promueven el empoderamiento y luchan para acelerar el reloj, es decir, para lograr la igualdad en menos tiempo, con el apoyo de todos los actores de la sociedad.

Yo era una niña como cualquier otra en mi comunidad. Ni siquiera había cumplido 15 años y, junto con mi hermana mayor, ya ayudábamos a mi mamá en la cocina: lavaba los platos, pelaba las papas, lavaba la ropa y hacía todo lo que se supone que una mujer debería hacer. Rara vez podía salir a jugar o tenía tiempo libre. Era una niña en una comunidad indígena, pero ya tenía ocupaciones de adulta. Nos decían que las mujeres debíamos estar en la cocina, porque ese es nuestro trabajo. Pero yo era una niña y no quería un trabajo.

Ahora que lo pienso, llevo el mismo ritmo de vida que mi abuelita y mi mamá. Mi mamá hacía sus tareas de sol a sol, aunque se levantaba a las 02:00 para salir a buscar leña para el desayuno y se acostaba a las 20:00. Yo también sé lo que es madrugar para hacer el desayuno, me levantaba a las 04:00 y de 05:00 a 06:00 amarraba a los animales. Luego caminaba 45 minutos para llegar al colegio. Llegaba a las 07:30. Estudiaba seis horas y caminaba de regreso, a veces rápido, a veces lento. Hacía el almuerzo con mi hermana mayor, comíamos a las 15:00, más o menos, y luego hacíamos los deberes. En la tarde, a las 17:30, hacíamos la merienda y prácticamente estábamos listas para acostarnos.

Cuando cumplí 15 años, mi hermano Klever me dijo que debería entrar a los programas de Plan International, porque ahí hablaban sobre los derechos y las obligaciones de los niños, niñas y adolescentes. Me decía que yo debía ser la protagonista de mi vida y confiar en mis decisiones y opiniones ante la sociedad. Cuando entré a Plan International me enseñaron a estar motivada, y luego entendí que también debía incentivar una transformación en mi familia. Poco a poco comprendí que había que cambiar los estereotipos y los patrones culturales que hemos arrastrado durante años y nos han afectado a nosotras, por ser mujeres y por ser niñas.

Lograr cambios no es fácil y mucho menos cuando se trata de tu propia familia. Se necesita conocimiento y tacto, pero sobre todo amor. De alguna manera, por influencia de mi hermano, mis padres ya habían tratado de borrar las desigualdades en el hogar, también lo hacían mis abuelos, pero aún decían cosas como que las “mujercitas” no debíamos salir, porque “por vagar podíamos regresar embarazadas”, o que nos podíamos “conseguir un novio y nos íbamos a escapar para casarnos, por lo que no podríamos estudiar”. Bueno, para su forma de entender, ya estaban pensando en el empoderamiento de la mujer, aunque ellos nunca han usado esta palabra.

Las cosas han cambiado bastante en mi casa, pero todavía no puedo decir que, al cien por ciento, quizás un setenta y cinco por ciento. Repartimos las labores equitativamente: si mi hermano tiene que cocinar, lo hace; si le toca a mi papá o a mi mamá, también cumplen con su tarea. Cuando ellos cocinan, a mis hermanos y a mí nos queda tiempo para estudiar, así nos ayudan a cumplir nuestras metas. Su mentalidad ha cambiado, ahora me apoyan como lo han hecho con mi hermano, ya no me hacen a un lado.

Después de un tiempo de estar en los programas de Plan International, aprendí que debo cultivar el amor propio, hacer frente a las adversidades y no dejarme intimidar por los hombres que dicen que yo no puedo estudiar o que no tengo las mismas oportunidades. He aprendido que debo opinar en favor de mi bienestar y que quererme es un acto transformador y revolucionario. Ahora sé que debo hablar sin miedo para que me escuchen. Por eso, cuando me propusieron participar en el programa de radio Ñuca Shimi (nuestra voz), acepté sin pensarlo dos veces. Ahí fui locutora y después fuimos rotando las actividades. También estoy encargada del segmento intercultural y de las cartas de niñas, que son recreaciones de cartas publicadas en un libro de Plan International y son muy emotivas. Ahí se lee la problemática común que muchas niñas sufren, pero lo más interesante son las soluciones que se proponen. Entre las principales está ir a las autoridades ante casos de violencia o desigualdad. Desde que empecé en la radio, mis abuelos escuchan todos los programas y se sienten orgullosos de mí.

A veces pienso en ellos, en cómo fue su vida, llena de estereotipos y actitudes que generaban desigualdad. No los juzgo, porque entiendo que la empatía es comprender cómo se desarrolla la vida ajena. Una de mis frases favoritas es: “Siéntete como esa persona y verás cómo es el problema… luego encontrarás la solución”. Pienso en ellos y sé que ya han vivido, mis padres también han vivido bastante, incluso mis hermanos mayores ya han hecho su vida y han tomado sus decisiones, por eso mi lucha es para cambiar mi presente, mi futuro y el de mi hermana pequeña y su generación.

Aún faltan 131 años para lograr la igualdad de género[1]. En Plan International trabajamos para que el optimismo perseverante de las niñas y los niños, de nuestro equipo y de nuestros socios reduzca el tiempo que las niñas y mujeres deben esperar para tener igualdad de derechos.

Con tu donación podemos acelerar el reloj. Dona en https://plan.org.ec/donar/

¡Somos Plan International y no nos detendremos hasta lograr la igualdad!


[1] Foro Económico Mundial, junio 2023.

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