Nohelia
La historia de Noelia nos inspira y demuestra el optimismo con el que las niñas y jóvenes se enfrentan a las desigualdades y luchan para acelerar el reloj, es decir, para lograr la igualdad en menos tiempo, con el apoyo de todos los actores de la sociedad.
Estaba en la sala con mi familia y sonó el teléfono. Era Plan International. Me dijeron que había sido elegida para participar en la Comisión Jurídica y Social de la Mujer de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); viajaría a Nueva York en unos meses. Me puse a llorar. Era la primera vez que alguien de mi familia saldría del país. Yo tenía 14 años.
Nací en una ciudad de Pichincha, pero mis papás son de Jipijapa, en la Costa. De hecho, soy la primera serrana en mi familia. Mis papás tienen dos restaurantes y siempre me han apoyado. Tengo una hermana y ella me enseñó a ser fuerte. Cuando recibí la llamada, nos emocionamos mucho. En mi familia, gozo de privilegios y apoyo, pero en mi comunidad, tenemos problemas con la violencia de género. Mi papel en la Comisión sería de embajadora de las niñas y adolescentes en Ecuador. Interioricé que no iba como Noelia, sino como Ecuador; no estaba ahí para hablar desde mi realidad, sino desde la de las niñas de mi país. Así que comencé a prepararme.
Me eligieron como embajadora porque soy parte del Movimiento Por Ser Niña desde que tengo 13 años. Participaba en las caravanas vacacionales de Plan International en las comunidades de Cayambe. Nos capacitaban para ser mentoras de niños, niñas y adolescentes menores. Íbamos a comunidades lejanas, donde no había ni servicios básicos. Ahí, por ejemplo, por falta de dinero, deben elegir quién va a ir a estudiar y, por lo general, eligen a los niños. Creen que las niñas tienen más peligro, así que prefieren que se queden en casa, limpiando. Las mujeres deben ir a pastar, a cuidar los animales, a apoyar a su familia en la agricultura y ganadería. Por eso, cuando les decíamos a las niñas que tienen los mismos derechos que los niños, se sorprendían porque no lo sabían.
Estas experiencias me hicieron percatar de que hay otras vidas que pueden ser muy difíciles. Entonces, me dediqué a redactar mi discurso para la Comisión, serían palabras que salieran de mi corazón. Cuando llegó el día de viajar, ni siquiera me dormí en el avión porque quería tener la experiencia completa. Era una responsabilidad y un compromiso porque, al llegar, debía difundir lo que aprendiera.
Me sorprendí viendo los rascacielos, la vida tan rápida, que no espera a nadie. Y quería aprovechar: probé todo, asistí a todas las conferencias y anoté todo. Cuando llegó el día de mi intervención, tenía que contar mi historia. Discutí sobre la violencia familiar, sobre lo que le sucedía a una persona muy cercana, y me adueñé de ese sentir. Mi objetivo era que las autoridades nos escucharan y que se comprometieran a realizar un cambio para respetar nuestros derechos. Es que, desde que estoy en Plan International, me he vuelto más empática; no era la ocasión para hablar por mí, sino por las personas que no pueden ser escuchadas. Siempre hay números y datos, pero detrás de ellos, hay rostros de niños, niñas y adolescentes que pueden ser nuestros vecinos.
Gracias a todas estas experiencias y a las herramientas que el Movimiento me dio, elegí mi profesión. Decidí estudiar Derecho porque quería que mi carrera estuviera vinculada a la defensa de los derechos. Estudio en la PUCE Quito, a unas dos horas de la ciudad donde nací, lo que significó cambiar mi ciudad de residencia. Cada lunes me ponía a llorar por separarme de mi familia, pero me va bien. Incluso tengo una beca académica y ya estoy en tercer semestre. Aunque, con la llegada de la pandemia, me quedo en casa y aprovecho la compañía de mi familia.
De pequeña, yo decía que quería ser presidenta, pero la gente se reía. Ahora, gracias a Plan International he visto que es posible serlo. Por ejemplo, fui la presidenta de la Asamblea Nacional y debí dirigir una sesión. Fue parte de una toma de poder que organizaron; estas tomas buscan que niñas del sector urbano y rural tomen el poder en algunas organizaciones públicas y privadas.
Me acuerdo de lo que una asambleísta dijo que a las mujeres les presionan más porque las consideran sensibles para tomar decisiones y, por lo tanto, creen que las decisiones no son tan críticas u objetivas; estiman que ellas no saben cómo dirigir a las personas, como lo haría un hombre. Esas palabras las llevo presentes, y estos son los momentos que definieron lo que hago ahora.
En la actualidad, sigo estudiando, colaboro en Plan International y me siento muy feliz cuando veo a las chicas que se adhieren al Movimiento y que cumplen sus sueños poco a poco. Es gratificante ver el proceso. También, fui escogida para estar en una plataforma de género que se llama Tremenda; soy la coordinadora de Ecuador.
Mis metas son claras: quiero convertirme en abogada y especializarme en defensa de derechos, ayudar a mis papás y llevarlos a viajar (quiero que se suban a un avión para que vean cómo es); podríamos ir a Italia. Y deseo trabajar o crear una fundación que ayude a las niñas porque yo también quiero cambiar la vida de alguien.
Aún faltan 131 años para lograr la igualdad de género[1]. En Plan International trabajamos para que el optimismo perseverante de las niñas y los niños, de nuestro equipo y de nuestros socios reduzca el tiempo que las niñas y mujeres deben esperar para tener igualdad de derechos.
Con tu donación podemos acelerar el reloj. Dona en https://plan.org.ec/donar/
¡Somos Plan International y no nos detendremos hasta lograr la igualdad!
[1] Foro Económico Mundial, junio 2023.