Erika
La historia de Erika nos inspira y demuestra el optimismo con el que las niñas y jóvenes sueñan y luchan para acelerar el reloj, es decir, para lograr la igualdad en menos tiempo, con el apoyo de todos los actores de la sociedad.
Me llamo Erika y nací en una comunidad kichwa cerca de Guamote. En mi familia hemos vivido de la agricultura y de las cabras, las vacas, los cuyes y los cerdos. En el huerto tenemos cultivos según la temporada. También tenemos algunos animales y nos levantamos temprano para amarrar a los borregos y ordeñar a las vacas. En el campo crecí y soy feliz, veo a los niños de la comunidad y a mis vecinos que trabajaban.
duro la tierra porque es la base de nuestra economía. Cuando era niña dibujaba mucho: pintaba las portadas de mis cuadernos, retrataba a mi familia y hacía paisajes andinos; utilizaba diente de león para el amarillo, el verde lo sacaba de las hojas, el violeta salía de la malva y obtenía otros colores, como el tomate y el rojo, de las flores del páramo.
Cuando tenía ocho años, más o menos, tuve un padrino que vivía en Alemania. Él y su familia solían enviarme cartas en las que me contaban cómo eran su vida y sus fiestas, y de vez en cuando me mandaban regalos; el que más me gustó fue unos lápices de colores que yo no había visto nunca. Por mi parte, yo hacía pulseras y aretes y los mandaba a Alemania.
Ahora, mucha de la ropa que tengo la hago yo misma, bordo mis blusas con flores y diseños geométricos, y cuando tengo ganas de un collar nuevo, ensarto mullos dorados en un hilo de nylon.
La educación es lo que más se cultiva dentro de mi familia. A mí me gusta estudiar y hasta fui abanderada del pabellón nacional. No tengo duda de que la educación es el camino, porque para mí ha sido así. Mi papá siempre nos ha impulsado, a mis tres hermanas y a mí, para que seamos profesionales. Siempre nos dice que debemos aprovechar esta oportunidad que él no tuvo. Eran otros tiempos, su familia era numerosa (tenía nueve hermanos), por lo que debían escoger entre comer o estudiar. Pero él siempre dice: “el conocimiento hace que no seamos personas insensibles, nos hace mejores individuos, mejor familia y mejor sociedad”.
En mi núcleo familiar no hubo machismo porque mi papá asistía a las capacitaciones para adultos que realizaba Plan International Ecuador. Siempre se ha capacitado, incluso fuera del cantón. Mi papá creció en un contexto de violencia intrafamiliar, pero él siempre se negó a “ser como su padre”, típica frase con la que se mantiene la violencia.
Por su ejemplo fui a la escuela, pero debía caminar cuesta abajo durante 20 minutos, cargando mi mochila. El trayecto de regreso fácilmente podía tomar una hora, porque era cuesta arriba. Al colegio fui a estudiar más lejos, tenía que caminar hasta dos horas si es que iba despacio.
Tengo 21 años y estudio Arquitectura en la Universidad Nacional de Chimborazo (UNACH) con una beca de Plan International Holanda. Soy la primera mujer indígena que ingresó a esa carrera. Los primeros días me quedaban viendo raro por mi vestimenta: blusa, anaco y alpargatas. Como si mis compañeros nunca hubieran visto a una mujer indígena. Y les entiendo, porque las mujeres indígenas no estudiábamos. Siempre se prefería que estudiara el hombre, porque “él debía mantener la casa”, y se pensaba que mandar a la mujer a la escuela era “botar la plata”. ¿Para qué iba a estudiar una mujer si tenía que quedarse en la casa para barrer, cocinar y atender a los hijos?
A veces era incómodo ir a clases, además de verme sobre el hombro por mi ropa, me decían que, por ser mujer, no podía estudiar y, por ser del campo, no sabía nada. Juzgaban mis capacidades sin tomarse el tiempo de conocerme.
Mientras sufría esta discriminación en la universidad, veía que muchas compañeras sufrían otros tipos de violencia, de parte de sus parejas por la falta de autoestima, o la incapacidad de encontrar espacios de participación. Poco a poco se fueron interesando en lo que yo les decía, les hablaba del embarazo adolescente y les explicaba que podían decir “no” si se encontraban en una situación de violencia. Muchas mostraron desinterés, pero otras dijeron “basta” y se decidieron a encontrar un cambio. También los hombres han ido conociendo poco a poco sobre el machismo y se han interesado por ser mejores cada día.
A mis compañeros les he contado las historias que me han hecho ser quien soy. En 2015 tuve la oportunidad de participar en Jóvenes Embajadores, un programa con el que Plan International, Amigos de las Américas y la Embajada de Estados Unidos envían a varias jóvenes líderes a Estados Unidos para asistir a charlas y convivir con una familia de allá. Ahí aprendimos sobre liderazgo y cómo implementar proyectos para nuestras comunidades; en mi caso, diseñé un programa para prevenir el embarazo adolescente. Hacíamos actividades relacionadas con temas de sexualidad y con los planes de vida de las asistentes. También fui young influencer de Plan International a nivel mundial y viajé a Inglaterra para planificar actividades junto a otros jóvenes del programa; y fui a Canadá para la conferencia Women Deliver, donde se trataron temas de educación. Todos los países a los que he viajado me han gustado, encuentro fascinante conocer a diferentes personas que luchan por distintas causas, con otras visiones y distintas sensibilidades.
A mis compañeras de la universidad, y en realidad a todas las mujeres de mi comunidad, les he dicho que debemos alzar nuestras voces, que entre todas debemos colaborar, aunque sea con un granito de arena, para que otras mujeres escuchen y puedan cambiar sus vidas. Si podemos ayudar a una persona esta ayudará a otras.
Para las mujeres del sector rural, la situación es difícil todavía, y se ha agravado con la pandemia. Pocas jóvenes han logrado acceder a la educación superior y son menos las que llegan a graduarse como profesionales.
Para mí, llegar a la universidad supuso un cambio de estilo de vida. Pasé de la tranquilidad del campo a un cuarto en la ciudad que arrendamos con mi hermana. La vida sin los padres es distinta y hay que acostumbrarse. Por esto mismo me concentro mucho en los estudios, para graduarme y hacer que este esfuerzo de todos valga la pena.
Aún faltan 131 años para lograr la igualdad de género1. En Plan International trabajamos para que el optimismo perseverante de las niñas y los niños, de nuestro equipo y de nuestros socios reduzca el tiempo que las niñas y mujeres deben esperar para tener igualdad de derechos.
Con tu donación podemos acelerar el reloj. Dona en https://plan.org.ec/donar/
¡Somos Plan International y no nos detendremos hasta lograr la igualdad!