Esther: Una mujer determinada y decidida a romper patrones discriminatorios

Esther tiene 34 años, es madre de familia que cría sola a sus hijas, siempre con el propósito de ser responsable y amorosa. Es hija única, proveniente de una comunidad rural y campesina de la Sierra Ecuatoriana. Creció entre montañas, animales y campos donde predominan los pajonales, lo que forjó en ella una fortaleza admirable y un espíritu incansable por salir adelante. Esther vive en una comunidad alejada y el clima es muy frío; su casita pequeña con dificultad aguanta las condiciones extremas del clima y brinda refugio a ella, a sus dos hijas, a su papá y mamá, ellos ya en una edad avanzada.

Mi vida ha sido muy dura”, menciona Esther. Desde muy pequeña, debía madrugar para cuidar a los animales y sembrar en medio de las fuertes ventiscas del páramo, pues su familia vivía en extrema pobreza, lo que le impidió terminar sus estudios secundarios. La falta de acceso a información sobre derechos sexuales y reproductivos marcó su vida. Siendo muy joven, tuvo a su primera hija, poco tiempo después tuvo la segunda. Esto la obligó a trabajar más arduamente en el campo, asumiendo sola la responsabilidad del cuidado, manutención y desarrollo de sus hijas, debido a las injusticias de género que enfrentó.

Años más tarde, movida por su ilusión de aprender y formarse, decidió unirse al voluntariado comunitario. Al principio, llegó a un taller por casualidad, acompañando a su prima en la escuela de liderazgo. Sin embargo, al escuchar por primera vez sobre los derechos de las mujeres, sintió que había encontrado algo significativo. A pesar de ser una mujer tímida y con miedo de hablar frente a otros, decidió seguir participando. Con el tiempo y la formación recibida, Esther logró superar su miedo, ahora habla con seguridad frente a las personas en asambleas y eventos comunitarios. “Ahora hablo frente a muchas personas, aunque me equivoque ya no tengo miedo y digo lo que pienso” dice, mientras sonríe.

Esther fue elegida por las familias de su comunidad para formar parte de las Defensorías Comunitarias, en su rol como voluntaria y defensora comunitaria, ella está siempre alerta ante los casos de maltrato y violencia. Se encarga de defender y denunciar, tal como aprendió en su formación durante los talleres: “Antes yo veía como maltrataban a las mujeres a las niñas y no decía nada, pasaba no más, pero ahora yo estoy pendiente y hablo con las familias”. Además, aprovecha los espacios de formación para seguir creciendo, lo que la ha llevado a liderar proyectos comunitarios relacionados con emprendimientos y protección infantil.

Paralelamente, Esther se dedica a la agricultura. Siembra papas, habas y cebada, menciona que cuando la cosecha es buena, vende sus productos en los mercados cercanos. También tiene borregos, los cuales cuida con esmero. Durante su tiempo libre, disfruta tejiendo. Con sus manos realiza sacos de lana y bolsas con crochet que vende por encargo, generando un ingreso adicional mientras hace algo que la apasiona. Su sueño es, algún día, abrir un puesto de manualidades donde pueda exhibir y vender sus tejidos.

El camino de Esther no ha sido sencillo, pero su perseverancia le ha llevado a cumplir uno de sus grandes sueños: terminar la secundaria. Gracias a una beca, pudo cursar el bachillerato acelerado en un colegio en el centro del cantón, a una hora y media de su hogar. Durante dos días a la semana, viajaba hasta el colegio y dedicaba el resto de los días a estudiar mientras pastaba a sus borregos o ayudaba a su hija menor con las tareas escolares. Esther también ha recibido apoyo para su hija menor, quien está en séptimo año. Durante tres periodos, contaron con una beca escolar que les permitió solventar los gastos de útiles, uniformes y otros recursos necesarios. La beca fue de gran apoyo para la familia, ya que los ingresos de las cosechas no siempre alcanzan para cubrir todos los gastos del hogar. Esto aseguró que su hija pudiera culminar la escuela y continuar soñando con un futuro mejor.

Hoy en día, Esther sigue motivando a sus hijas a participar en actividades escolares y comunitarias, confiada en que su ejemplo será una inspiración para ellas. Sueña con dedicar más tiempo a sus tejidos, seguir creciendo como lideresa y, sobre todo, garantizar que las oportunidades que ella no tuvo estén al alcance de sus hijas. En sus propias palabras: “Quiero que la vida que me tocó a mí no sea la que vivan mis hijas. Quiero que no se embaracen pronto y que vayan a la universidad”.

El legado de Esther ya está construido, y es tan emocionante como el de mujeres que aparecen en las portadas de revistas o en las noticias. Ha depositado en sus hijas toda la confianza y el apoyo que nunca recibió, enseñándoles que el mundo se construye con igualdad, esfuerzo y esperanza. Esther es una mujer extraordinaria que, con determinación y sin alardes, transforma su entorno. Su historia es un recordatorio de que los verdaderos cambios no siempre vienen de grandes gestos, sino de pequeñas acciones realizadas con amor, valentía y fe en un mañana mejor.

Autora: Alejandra Estrada, Técnica de Desarrollo Local

Oficina Sierra Centro